Margarita
Boladeras Cucurella
Universitat de
Barcelona. Facultat de Filosofia
Baldiri Reixac, s/n. 08028 Barcelona
boladera@trivium.gh.ub.es
Sumario
1.
¿Qué significa «opinión pública»?
2.
La posición de Hannah Arendt
3.
La concepción de Habermas
4.
La crítica de Habermas a Arendt
5.
«Opinión pública» en Facticidad
y
validez
1. ¿Qué
significa «opinión pública»?
El término «opinión
pública» tiene sentidos e implicaciones que suelen escapar
a las consideraciones
poco reflexivas; los análisis llevados a cabo por autores
como Habermas
muestran la diversidad de fenómenos aludidos por dicha
expresión, así como
su estrecha relación con la dinámica del poder y de los
procesos políticos,
de una manera mucho menos obvia y más compleja de lo
que suele pensarse.
La sociología
empírica que se ocupa de estos temas emplea métodos cuantitativos
y estadísticos con
los que se delimita la realidad en función de los parámetros
de medida accesibles
desde este tipo de metodología. Sin embargo, es
obvio que no se
pueden confundir estos límites con la amplia y densa trama del
espacio público y de
la multiplicidad de intercambios que se producen en él. La
vida humana siempre
ha dependido en gran medida de las características de este
ámbito, y en la actualidad
su papel dominante se ha incrementado hasta límites
insospechados; es un
grave error conformarse con una interpretación reduccionista
de los elementos que
lo componen y de su proyección de futuro.
Desde los inicios de
su obra Habermas se interesó por la investigación sobre
el espacio público (Öffentlichkeit)
y la opinión pública (öffentliche Meinung). Su
obra Historia y
crítica de la opinión pública1 apareció en 1962 y en ella resuenan
las voces de otros
autores que pocos años antes hicieron aportaciones relevantes:
Hannah Arendt2, Lazarsfeld/Katz3, Berelson/Janowitz4,
Steinberg5
Kirschner6,
Plessner7, Hofstätter8, Mills9, etcétera., así como de predecesores
más lejanos como
Tönnies10 y E. Manheim11.
52 Anàlisi
26, 2001 Margarita Boladeras Cucurella
1. J. HABERMAS, Historia
y crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida
pública.
Barcelona: G. Gili, 1981 (edición original: Strukturwandel der
Öffentlichkeit.
Untersuchungen zu einer Kategorie der bürgerlichen
Gesellschaft. Neuwied:
Luchterhand V.,
1962; nueva edición
con un largo prólogo en Frankfurt a.M.: Suhrkamp, 1990).
2. H. ARENDT, The Human Condition. Chicago: The
University of Chicago Press, 1958; versión
castellana: La
condición humana. Barcelona: Paidós, 1993.
3. LAZARSFELD; KATZ, Personal
Influence. Glencoe, 1955. Versión castellana: La influencia personal.
Barcelona: Ed.
Hispano Europea, 1979.
4. BERELSON; JANOWITZ, Public Opinion and
Communication. Glencoe, Ill., 1950; 2ª ed.,
Nueva York: The Free Press, 1966.
5. Ch. S. STEINBERG, The Mass Communicators. Nueva
York, 1958. Versión castellana: Los
medios de
comunicación social. México: Ed. Roble, 1969.
6. KIRSCHNER, Beiträge zur Geschichte des Begriffs
«öffentlich» und «öffentliches Recht». Gotinga, 1949.
7. H. PLESSNER, Das Problem der Öffentlichkeit un
die Idee der Entfremdung. Gotinga:
Vandenhoeck und Ruprecht, 1960.
8. P. R. HOFSTÄTTER, Psychologie der öffentlichen
Meinung. Viena, 1949. Versión castellana:
Psicología social.
México: UTEHA, 1953.
9. C. W. MILLS, Power
Elite. Nueva York: Oxford Un. Press, 1956. Versión castellana: La élite
del poder.
México: Fondo de Cultura Económica, 1975.
10. F. TÖNNIES, Kritik der öffentlichen Meinung.
Berlín: J. Springer, 1922.
11. E. MANHEIM, Die Träger der öffentlichen Meinung.
Munich,
1923; Brunn: Rohrer, 1933.
Versión castellana: La
opinión pública. Madrid: Ed. Rev. Derecho Privado, 1936. El autor
más famoso, K.
MANNHEIM, publicó en 1950 Freedom, Power and Democratic Planning. Nueva
York. Versión
castellana: Libertad, poder y planificación democrática. México: FCE,
1953.
En los años setenta y
ochenta articuló su teoría de la acción comunicativa,
en la que presenta la
discusión pública como la única posibilidad de superar
los conflictos
sociales, gracias a la búsqueda de consensos que permitan el
acuerdo y la
cooperación a pesar de los disensos. Luego, ha vuelto a tratar
ampliamente la
cuestión de la opinión pública, porque la considera una pieza
clave de su propuesta
de política deliberativa, una alternativa para superar los
déficits democráticos
de las políticas contemporáneas. En Facticidad y validez
(publicada en alemán
en 1992) lleva a cabo una investigación sobre la relación
entre hechos
sociales, normatividad y política democrática; el espacio público
se presenta como el
lugar de surgimiento de la opinión pública, que puede ser
manipulada y
deformada, pero que constituye el eje de la cohesión social, de
la construcción y
legitimación (o deslegitimación) política. Las libertades individuales
y políticas dependen
de la dinámica que se suscite en dicho espacio
público.
En uno de sus
primeros escritos, Habermas delimita el concepto de «opinión
pública» con relación
al «espacio público»:
Por espacio público
entendemos un ámbito de nuestra vida social, en el que
se puede construir
algo así como opinión pública. La entrada está fundamentalmente
abierta a todos los
ciudadanos. En cada conversación en la que los
individuos privados
se reúnen como público se constituye una porción de espacio
público. [...] Los
ciudadanos se comportan como público, cuando se reúnen
y conciertan
libremente, sin presiones y con la garantía de poder manifestar
y publicar libremente
su opinión, sobre las oportunidades de actuar según
intereses generales.
En los casos de un público amplio, esta comunicación
requiere medios
precisos de transferencia e influencia: periódicos y revistas,
radio y televisión
son hoy tales medios del espacio público.
Aquí se hace hincapié
en el carácter constitutivo de cualquier grupo de diálogo
y de todo tipo de
público en la formación de la trama de «lo público» y en
la generación de
opinión en torno a cuestiones muy diversas en las que distintas
personas pueden tener
intereses comunes. En este sentido, no es un espacio
político sino
ciudadano, civil, del «mundo de la vida» y no de un
determinado sistema o
estructura social.
Sin embargo, es
evidente la importancia política de este campo de juego
social. El texto
mencionado continúa:
Hablamos de espacio
público político, distinguiéndolo del literario, cuando
las discusiones públicas
tienen que ver con objetos que dependen de la praxis
del estado. El poder
del estado es también el contratante del espacio público político, pero no su
parte. Ciertamente, rige como poder «público», pero ante
todo necesita el
atributo de la publicidad para su tarea, lo público, es decir,
cuidar del bien
general de todos los sujetos de derecho. Precisamente, cuan-
do el ejercicio del
dominio político se subordina efectivamente a la demanda
pública democrática,
logra el espacio público político una influencia institucional
en el gobierno por la
vía del cuerpo legislativo. El título «opinión pública»
tiene que ver con
tareas de crítica y de control, que el público de los ciudadanos
de un estado ejercen
de manera informal (y también de manera formal en
las elecciones
periódicas) frente al dominio estatalmente organizado.13
2. La
posición de Hannah Arendt
Los acuerdos y las
discrepancias de Habermas y Arendt nos ayudan a profundizar
en él y a comprender
la íntima relación que existe entre la concepción
de lo que es la
opinión pública y la dinámica política.
En Historia y
crítica de la opinión pública, Habermas retiene ideas que
Hannah Arendt había
expuesto de manera vigorosa en el capítulo II de La
condición humana,
dedicado a «La esfera pública y la privada».
Hannah Arendt hace
especial énfasis en el cambio radical que supone la
modernidad respecto
de épocas anteriores, por la manera de concebir lo privado,
lo público, lo
político y lo social. En la Grecia clásica lo público es lo político,
el espacio común de
actividades humanas de trascendencia histórica, compartidas
por los hombres
libres (liberados de las necesidades y contingencias
del quehacer diario y
de la esclavitud del trabajo vinculado a dichas necesidades);
lo privado se concibe
referido a un dueño y señor, que tiene su espacio
vital particular,
habitado por seres (cosas, animales y personas) que dependen
de él y que están
«privados» tanto de derechos políticos como de proyección
social. En la época
moderna, los derechos políticos se universalizan y la perspectiva social
penetra en todos los ámbitos de la vida; surge asimismo un nuevo concepto de
privacidad, restringido a la intimidad, que se contrapone no sólo a la esfera
de la publicidad, sino también a la esfera social (a pesar de su dependencia de
ella). Las tesis arendtianas son:
1) La época moderna
lleva a cabo la extinción de las esferas pública y privada,
en sus delimitaciones
tradicionales, y las subsume en la esfera de lo social.
2) Esta esfera social
surge de un doble movimiento: «la transformación del
interés privado por
la propiedad privada en un interés público» y la conversión
de lo público en una
función de los procesos de creación de riqueza,
siendo ésta «el único
interés común que queda».
3) Sin embargo, este
interés común no crea espacios de significación vital
compartida, sino que
sirve al mero incremento de la acumulación de capitales.
«Lo que hace tan
difícil de soportar a la sociedad de masas no es el
número de personas, o
al menos no de manera fundamental, sino el hecho
de que entre ellas el
mundo ha perdido su poder para agruparlas, relacionarlas
y separarlas.»
4) «El descubrimiento
moderno de la intimidad parece un vuelo desde el mundo
exterior a la interna
subjetividad del individuo, que anteriormente estaba
protegida por la
esfera privada.»15 La disolución de lo privado en lo social:
[…] puede observarse
perfectamente en la progresiva transformación de la
propiedad inmóvil
hasta que finalmente la distinción entre propiedad y riqueza,
entre los fungibles
y los consumptibiles de la ley romana, pierde todo significado,
ya que la cosa
tangible, «fungible», se ha convertido en un objeto de
«consumo»; perdió su
privado valor, de uso, que estaba determinado por su
posición, y adquirió
un valor exclusivamente social, determinado mediante
su siempre cambiante
intercambiabilidad, cuya fluctuación sólo podía fijarse
temporalmente
relacionándola con el común denominador del dinero.16
Resulta instructivo
retener las precisiones conceptuales que aporta esta
autora para explicar
su posición17:
«Público» ha
significado
Publicidad
Todo lo que aparece
en público, puede verlo y oírlo todo el mundo y tiene la
más amplia publicidad
posible. Para nosotros, la apariencia —algo que ven y
oyen otros al igual
que nosotros— constituye la realidad.
Identidad
en la diversidad
Ser visto y oído por
otros deriva su significado del hecho de que todos ven y
oyen desde una
posición diferente. Sólo donde las cosas pueden verse por
muchos en una
variedad de aspectos y sin cambiar su identidad, de manera
que quienes se
agrupan a su alrededor sepan que ven lo mismo en total diversidad,
sólo allí aparece
auténtica y verdaderamente la realidad mundana.
Ámbito de
actividad compartido
El propio mundo, en
cuanto es común a todos nosotros y diferenciado de
nuestro lugar poseído
privadamente en él. Este mundo, sin embargo, no es
idéntico a la Tierra
o a la naturaleza, como el limitado espacio para el movimiento
de los hombres y la
condición general de la vida orgánica. Más bien
está relacionado con
los objetos fabricados por las manos del hombre, así como
con los asuntos de
quienes habitan juntos en el mundo hecho por el hombre.
Permanencia
Si el mundo ha de
incluir un espacio público, no se puede establecer para una
generación y
planearlo sólo para los vivos, sino que debe superar el tiempo
vital de los hombres
mortales. La publicidad es lo que puede absorber y hacer
brillar a través de
los siglos cualquier cosa que los hombres quieran salvar de la
natural ruina del
tiempo.
La opinión pública en
Habermas Anàlisi 26, 2001 55
15. Hannah ARENDT, La
condición humana, op. cit., p. 75.
16. Hannah ARENDT, La
condición humana, op. cit., p. 75.
17. Hannah ARENDT, La
condición humana, op. cit., p. 59 y s.
«Privado» ha
significado
Sentido
privativo
Estar privado de la
realidad que proviene de ser visto y oído por los demás,
estar privado de una
«objetiva» relación con los otros que proviene de hallarse
relacionado y
separado de ellos a través del intermediario de un mundo
común de cosas, estar
privado de realizar algo más permanente que la propia
vida. El hombre
privado no aparece y, por lo tanto, es como si no existiera.
Sacralidad
de lo privado
Lo sagrado de lo
privado era como lo sagrado de lo oculto, es decir, del nacimiento
y de la muerte,
comienzo y fin de los mortales que, al igual que todas
las criaturas vivas,
surgían y retornaban a la oscuridad de un submundo. El
rasgo no privativo de
la esfera familiar se basaba originalmente en ser la esfera
del nacimiento y de
la muerte, que debe ocultarse de la esfera pública porque
acoge las cosas
ocultas a los ojos humanos e impenetrables al conocimiento
humano.
Propiedad
privada
Antes de la edad
moderna, la propiedad significaba el tener un sitio de uno
en alguna parte
concreta del mundo y pertenecer al cuerpo político, es decir, ser
el cabeza de una de
las familias que juntas formaban la esfera pública. Pero no
era tan sólo la
condición para entrar en la esfera pública; lo privado era semejante
al aspecto oscuro y
oculto de la esfera pública, y si ser político significaba
alcanzar la más
elevada posibilidad de la existencia humana, carecer de un
lugar privado propio
(como era el caso del esclavo) significaba dejar de ser
humano. Ser
propietarios significaba tener cubiertas las necesidades de la vida
y, por lo tanto, ser
potencialmente una persona libre para trascender la propia
vida y entrar en el
mundo que todos tenemos en común.
Como se ve, la
propiedad era privada, pero también era la puerta de acceso
a la esfera pública.
El señor de la casa era ciudadano de la polis, miembro
con plenos derechos
de la comunidad política. Pero el bien común y la tarea de
gobierno no se
identificaban con las ganancias privadas.
Los romanos fueron
maestros en el arte de armonizar los intereses privados
con la participación
en la vida pública y «nunca sacrificaron lo privado
a lo público, sino
que por el contrario comprendieron que estas dos esferas
sólo podían existir
mediante la coexistencia».
La multiplicación de
los negocios societarios y las nuevas dinámicas monetarias
surgidas en la época
moderna, diluyen la distinción entre propiedad y
riqueza. La propiedad
privada («sagrada» y definitoria de la pertenencia a un país)
se equipara a la
riqueza (que puede ser pública o privada, de extranjeros…).
La política se
concentra cada vez más en la economía y la administración (desarrollo de la
economía política o «economía nacional») y se consideran desde
la perspectiva social
aspectos antes marginados al ámbito privado. «Social» es
el género humano en
cuanto conjunto de individuos y lo es la res publica por
su objetivo de velar
por el interés común: La sociedad es la forma en que la mutua dependencia en
beneficio de la vida y nada más adquiere público significado, donde las
actividades relacionadas con la pura supervivencia se permiten aparecer en
público.
3. La
concepción de Habermas
Habermas adopta las
tesis centrales de H. Arendt y ofrece nuevos materiales
que las apoyan y
amplían en su libro Historia y crítica de la opinión pública.
En trabajos
posteriores llevó a cabo una crítica a la concepción arendtiana del
poder y de la
política, como se verá más adelante.
También Habermas hace
un recorrido por la historia de las realidades vinculadas
al concepto de
espacio público. En la Grecia clásica la organización de
la sociedad estado
griega comporta dos ámbitos separados de actividades humanas: por un lado el
ámbito de la polis, de la actividad política, común a todo ciudadano libre
(koyné) y el ámbito del oikos, «en la que cada uno ha de
apropiarse aisladamente de lo suyo»:
El orden político
descansa, como es sabido, en una economía esclavista de
forma patrimonial.
Los ciudadanos están descargados del trabajo productivo,
pero la participación
en la vida pública depende de su autonomía privada
como señores de su
casa. [...] La posición en la polis se basa, pues, en la posición
del oikodéspota.
Bajo la cobertura de su dominio se realiza la reproducción
de la vida, el
trabajo de los esclavos, el servicio de las mujeres, acontece la vida
y la muerte; el reino
de la necesidad y de la transitoriedad permanece anclado
en las sombras de la
esfera privada. Frente a ella se alza la publicidad, según
la autocomprensión de
los griegos, como un reino de la libertad y de la continuidad.
La «igualdad» griega
se refiere a aquella situación de igual a igual que rige
entre los ciudadanos,
en el ámbito de lo público, gracias a su posición social
de oikodéspotas.
Y el elemento característico del ejercicio de la libertad y de la
igualdad consiste en
el ejercicio de la discusión, en la «publicidad» que tiene
lugar en el ágora y
que se prolonga en la conversación entre ciudadanos, en
las deliberaciones de
los distintos tribunales, en la dirección de las empresas
comunes, etcétera.
El ciudadano,
definido a partir del lugar de nacimiento y del patrimonio,
tiene derechos en el
ámbito público que son vedados a las personas que dependen de él como su
patrimonio privado. La distinción entre lo público y lo privado constituye, por
lo tanto, la piedra angular fundamental de la sociedad griega.
En la época medieval,
la contraposición entre publicus y privatus proviene
de una distinción del
derecho romano, desdibujada con el tiempo. También
en la vieja tradición
jurídica germánica se cuenta con la diferenciación gemeinlich
y sunderlich (‘común’
y ‘particular’), que adquiere relevancia en el mundo
feudal.
A mediados del siglo
XVI se encuentra el término privat del alemán, derivado
del latín privatus,
con un sentido similar al que se atribuye a private en inglés
o privé en
francés: sin oficio público, sin ocupar cargo público o posición oficial,
sin empleo
relacionado con los asuntos públicos, en otras palabras, exclusión
de la esfera del
aparato estatal. Lo privado se contrapone a lo común y a
lo estatal; la
oposición entre interés común e interés privado o particular confiere
autoridad al Estado absoluto
como garante de aquel interés común. La
publicidad y «el
público» se circunscriben al ámbito del poder político y de las
«personas públicas»,
es decir, aquéllas que ejercen cargos o empleos públicos;
es una «publicidad
representativa».
Nuevos factores
sociales introducen grietas importantes en esta concepción
autoritaria y
absolutista: la Reforma protestante, el progresivo aumento
del intercambio de
información como mercadería y la creación del Publikum
(the public, le
public) como expresión de la opinión de personas privadas;
todos
ellos implican
elementos de carácter económico-político, y, en su conjunto,
aportan
transformaciones sustantivas.
En primer lugar, la
crisis reformista del cristianismo supone una ruptura
importantísima con la
concepción público-autoritaria de la Iglesia, en la que se
identificaba el
interés de la Iglesia con el interés público y el interés privado. «La
posición de la
Iglesia se transforma con la Reforma; el vínculo con la autoridad
divina que ella
representaba, la religión, se convierte en un asunto privado. La
llamada «libertad
religiosa» caracteriza históricamente la primera esfera de autonomía privada;
la Iglesia misma prolonga su existencia como una corporación
de Derecho público».
En segundo lugar, la
vida de las ciudades, la intensificación del intercambio
de mercaderías, la
creación de bancos y negocios monetarios requieren
cada vez más el
manejo de informaciones fidedignas de lo que acontece en los
distintos lugares.
Hay un «tráfico epistolar» que se desarrolla a partir del
siglo XIV como
sistema profesional de correspondencia. Surgen los «correos
ordinarios» como
agencias de noticias, que actúan con discreción y privacidad.
Hay que esperar a
finales del siglo XVII para que aparezca la actividad
periodística regular
que informa al público en general. Un siglo más tarde, la
información pública
romperá sus ataduras con la voluntad soberana del Estado
absoluto.
Finalmente, estos y
otros factores llevan a un nuevo concepto de la publicidad.
Frente a la publicidad
representativa empieza a tomar fuerza la opiniónpública, expresión pública de
las ideas de los súbditos que se consolidan comopersonas privadas; poder
público que puede alzarse contra el poder soberano,el poder del Estado. «El
público raciocinante comienza a prevalecer frente a lapublicidad
autoritariamente reglamentada». La historia de este proceso es larga.
Habermas recuerda la
lucha de los monarcas contra la expresión pública de
opiniones «privadas»,
como cuando Federico II de Prusia escribe en 1784:
«una persona privada
no está autorizada a emitir juicios públicos, especialmente
juicios reprobatorios
[...]». También rememora las vicisitudes relacionadas
con la tradición
literaria: mundo lector, público de un espectáculo o
conferencia y público
que juzga.
Hay, pues, una
«publicidad» gubernamental, vinculada a la estructura de
lo público, y la
publicidad relacionada con la opinión de un público constituido
como conjunto de
personas privadas, ciudadanos burgueses, que, paulatinamente, proyectan su racionalidad en diversos aspectos
sociales y se afirman como jueces de las decisiones políticas: La «publicidad»
propiamente dicha hay que cargarla en el haber del ámbito privado, puesto que
se trata de una publicidad de personas privadas. En el seno del ámbito
reservado a las personas privadas distinguimos, por consiguiente, entre esfera
privada y publicidad. La esfera privada comprende a la sociedad burguesa en
sentido estricto, esto es, al ámbito del tráfico mercantil y del trabajo
social; la familia, con su esfera íntima, discurre también por sus cauces. La
publicidad política resulta de la publicidad literaria; media, a través de la
opinión pública, entre el Estado y las necesidades de la sociedad.
El antagonismo entre
sociedad civil y estructura estatal impulsa una dialéctica
en la que la prensa y
los medios de comunicación social tienen un papel
protagonista, al
mismo tiempo que convierten los mensajes en mercancía y la
función social de la
comunicación, en instrumento de creación de riqueza y
de influencia
política.
En el siglo XVIII se
lleva a la práctica política y ciudadana la idea de que la
racionalidad no
deriva de principios abstractos absolutos, sino que se desarrolla
a partir de la
contrastación de opiniones sobre la verdad y la justicia, de
manera que es
inseparable de la discusión pública. Locke, Kant, los enciclopedistas y otros
autores de la ilustración explicitan en sus obras los fundamentos de dicha
concepción, y la revolución burguesa plasma sus principios
en la «Declaración de
derechos del hombre y del ciudadano de 1789», que inspira
la Constitución
francesa de 1791. La libertad de pensamiento, expresión
de opiniones y
difusión de ideas, junto con la no discriminación (tolerancia),
igualdad ante la ley
(aparejada a la presunción de inocencia) y libertades de
asociación y
movimiento, abren nuevos caminos para la vida ciudadana y
recomponen la
estructura de lo público/privado/íntimo y lo «publicitado»/interés
social/negocio
privado.
Frente a la
publicidad reglamentada por los poderes públicos, surge la publicidad
crítica, que proclama
la necesidad del enjuiciamiento público de los intereses
generales y las
actuaciones gubernamentales:
El pouvoir como
tal es puesto a debate por una publicidad políticamente activa.
Ese debate está
encargado de reconducir la voluntas a ratio, ratio que
se elabora
en la concurrencia
pública de argumentos privados en calidad de consenso
acerca de lo
prácticamente necesario en el interés universal.
La razón no es ni más
ni menos que la capacidad discursiva que surge de las
razones de las
personas privadas que piensan y expresan sus ideas, es decir, de
los sujetos
ilustrados, informados, con criterio. Por ello, la publicidad política
no es algo aislado,
sino que constituye una parte del proceso de ilustración
general posible por
el intercambio comunicativo. La publicidad literaria, artística,
científica, etc. son
igualmente relevantes.
La forma peculiar de
subjetividad burguesa nace en este contexto. El desarrollo
de la literatura de
intercambios epistolares, diarios íntimos y forma autobiográfica
lleva a la fórmula de
la novela de descripción psicológica.
«Cuando Rousseau con
la Nouvelle Héloïse y luego Goethe con las Werther Leiden se
sirve de la forma de la novela epistolar, es ya imposible hacer marcha atrás.
Las postrimerías del siglo se mueven gozosamente y con soltura en el terreno de
la subjetividad, apenas explorado en sus comienzos.»23 Este interés por
penetrar en los secretos de la naturaleza humana y en las peculiaridades de la
subjetividad está asociado a la idea de «humanidad» ilustrada, en la que se
vinculan razón humana y naturaleza humana, buena voluntad particular y voluntad
general.
Las leyes y las
decisiones políticas requieren una justificación que sólo pueden
encontrar en la
fuerza de la razón, una razón que se hace manifiesta en el
debate de la opinión
pública. El uso público de la razón tiene el poder de la
fuerza coactiva de la
no coacción. En este sentido, Kant afirma que «únicamente
la razón tiene
poder», porque fuera de ella no hay legitimación ni justificación
posible. La
concepción ilustrada kantiana se encuentra en las antípodas
del principio
hobbesiano (auctoritas non veritas facit legem) y en ella el principio
de racionalidad
vincula necesariamente moral y política:
La verdadera política
no puede dar ni un paso sin rendir antes tributo a la
moral, y aun cuando
la política es por sí misma un arte difícil, de ningún modo
es su asociación con
la moral arte alguno; porque ésta atajaría gordianamente
el nudo que aquélla
fuera incapaz de desatar tan pronto como ambas comenzaran
a disputar.
Se observará que Kant
habla de la «verdadera política» y de una asociación
con la moral que no
depende de la voluntad de los políticos; se trata de una
vinculación interna
que puede ser obviada en la práctica, pero no sin consecuencias.
Con todo, la sospecha
de que la opinión pública no representa una «voluntad
general» y que la
«publicidad» tal como se da históricamente tiene defectos
muy considerables, es
uno de los hilos argumentales de los pensadores críticos
del siglo XIX, desde
Marx hasta Nietzsche. «Marx denuncia a la opinión pública
como falsa
consciencia: ella se oculta a sí misma su carácter de máscara del
interés de clase
burgués.» Esta crítica abarca tanto el concepto de opinión pública
general como su
expresión en el ámbito parlamentario. La discusión parlamentaria
no manifiesta la
razón de todos los afectados por la legislación, de todos los ciudadanos
teóricamente representados, sino la voluntad del grupo o de los grupos
socialmente dominantes. Hay una pérdida de poder político en favor del poder
social de ciertas fuerzas fácticas, un dominio de determinados sectores sociales en la vida parlamentaria y
en las decisiones del ejecutivo, con lo cual se pone en cuestión la
legitimación política del orden burgués.
Los ilustrados se
enfrentan al poder absoluto y plantean conceptos programáticos
para la
estructuración de otro orden social. La crítica del siglo XIX constata
que las
reestructuraciones políticas históricas han llevado a cabo la usurpación
de la razón universal
por parte de una clase. En la segunda mitad de ese siglo
y en el XX se
producen los grandes y radicales enfrentamientos de clase, se pasa
a la sociedad de
masas y a la cultura tecnológica; se generan nuevas formas de
creación y acceso a
la riqueza, produciendo por tanto cambios sociales significativos.
La publicidad, el
ámbito de lo público y el ámbito de lo privado se
encuentran en la
encrucijada de la multiplicación de los medios, la privatización
de los mismos, las
manipulaciones de distinto signo, etc. El problema de
la igualdad real, la
igualdad de oportunidades en un sentido empírico e histórico
sigue en pie, incluso
para algo tan fundamental como la libertad de expresión
y la formación de una
opinión pública verdaderamente significativa.
La estatalización de
lo público y su amenazante intromisión en todos los
ámbitos de la vida
del ciudadano se ha apoyado en la transformación paulatina
de los medios de
comunicación en instrumentos de entretenimiento y dominación
de las masas. De la
publicidad como información y manifestación de opinión ante un público lector
que discute, se ha pasado a una situación en la que el público «se ha escindido
en minorías de especialistas no públicamente raciocinantes, por un lado, y en
la gran masa de consumidores receptivos, por el otro. Con ello se ha minado
definitivamente la forma de comunicación específica del público». ¿Medios de
comunicación o medios de propaganda? «La publicidad crítica es desplazada por
la publicidad manipuladora»: Como es natural, el consensus fabricado
tiene poco en común con la opinión pública, con la unanimidad final resultante
de un largo proceso de recíproca ilustración; porque el «interés general»,
sobre cuya base […] podía llegar a producirse libremente una coincidencia
racional entre las opiniones públicamente concurrentes, ha ido desapareciendo
exactamente en la medida en que la autopresentación publicística de intereses
privados privilegiados se lo iba apropiando.
Incluso la
«publicidad» parlamentaria se ha visto afectada, ya que el engranaje
entre el debate
parlamentario y los partidos políticos ha derivado generalmente
hacia planteamientos
de carácter «plebiscitario».
La apelación a un
individuo autónomo capaz de dotarse de leyes universales,
como quiere Kant, en
aquel sentido en que se conecta ley moral y ley
política mediante un
proceso de formación de opinión y de voluntad general,
se enfrenta a una
situación histórico-empírica en la que incluso la formación de
un individuo autónomo
y su voluntad personal, no parecen estar garantizados,
y mucho menos, por
supuesto, la formación de una voluntad general
democráticamente
instituida.
Habermas constata que
la dinámica social que vivimos presenta rasgos de
una «refeudalización»
de la sociedad. El sujeto político de nuestra sociedad
de masas no es el
individuo del liberalismo, sino los grupos sociales y las asociaciones que
desde los intereses de determinados sectores privados influyen
en funciones y
decisiones políticas, o, también viceversa, desde las instancias políticas intervienen
en el tráfico mercantil y en la dinámica del mundo de la vida,
de especial
incidencia en el ámbito de la privacidad. Privatización de lo público,
politización de lo
privado: transgresión múltiple de una delimitación legal
y éticamente tipificada.
A pesar de los
aspectos negativos y de las dificultades que presenta la pervivencia
y el desarrollo de
una publicidad crítica en la sociedad de masas, Habermas insta al desarrollo de
las posibilidades existentes, dada su importancia fundamental para la
realización de la democracia: El cambio de función que en el Estado social
experimentan los derechos fundamentales, la transformación del Estado liberal
de derecho en Estado social, en general, contrarresta esta tendencia efectiva
al debilitamiento de la publicidad como principio: el mandato de la publicidad
es ahora extendido, más allá de los órganos estatales, a todas las
organizaciones que actúan en relación con el Estado. De seguir realizándose esa
transformación, reemplazando a un público —ya no intacto— de personas privadas
individualmente insertas en el tráfico social, surgiría un público de personas
privadas organizadas. En las actuales circunstancias, sólo ellas podrían
participar efectivamente en un proceso de comunicación pública, valiéndose de
los canales de la publicidad interna a los partidos y asociaciones, y sobre la
base de la notoriedad pública que se impondría a la relación de las
organizaciones con el Estado y entre ellas mismas. El establecimiento de
compromisos políticos tendría que legitimarse ante ese proceso de comunicación
pública.
Sólo una publicidad
crítica permitirá la expresión de los conflictos reales
y la superación de
los mismos por la generación de consensos, de voluntad
común. Ha de ser el
contrapeso necesario a las formas de presión y coacción del
poder, que tiende
siempre a superponerse opresivamente sobre la realidad social:
62 Anàlisi
26, 2001 Margarita Boladeras Cucurella
26. J. HABERMAS, Historia
y crítica de la opinión pública, op. cit., p. 257.
[…] un método de
controversia pública llevado del modo descrito podría relajar
las formas
coercitivas de un consenso obtenido bajo presión, e igualmente
podría suavizar las
formas coercitivas del conflicto, sustraído, hasta el presente,
a la publicidad.27
La publicidad crítica
ejercida por la sociedad civil respecto de los aparatos
del Estado, sus
formas de organización y ejecución, constituyen elementos
fundamentales de la
vida política democrática. En el nuevo prólogo de 1990 para
la reedición de la
obra que nos ocupa, Habermas reformula alguna de sus ideas,
insistiendo en las
líneas básicas que acabo de esbozar.
Contra ciertas
teorías del discurso posmodernas, Habermas insiste en su posición:
los discursos no
dominan por sí mismos, sino que es su fuerza comunicativa
la que influye y
permite determinados tipos de legitimación; este poder de la
comunicación no puede
ser suplantado por acciones instrumentales. En Facticidad
y validez extraerá
las últimas consecuencias de este planteamiento, ahondando en
la dimensión normativa
de su forma de entender el espacio público.